Por: Ana Luz Lozano Villalobos.
Por siglos los filósofos han discutido la naturaleza del hombre, en el sentido de poder definir si ésta es solitaria y egoísta o si somos por naturaleza sociables y compartidos. El debate se remonta a la época de los grandes filósofos griegos y continúa hasta nuestros días, pasando por posiciones contrapuestas como las de Rousseau y Nietzche. Sin embargo el tiempo ha pasado y no se ha podido llegar a una sola postura. Lo único cierto y constante es que somos individuos, que buscamos satisfacer nuestras propias necesidades y que vivimos en un entorno social que no podemos soslayar.
Es la inherencia de nuestra vida en sociedad la que ha provocado siempre el mayor debate, pues ha sido evidente que las acciones u omisiones de unos y otros tienen un efecto en su entorno socio-ambiental y éste no siempre es positivo.
Es así como la búsqueda del bien común se sitúa en el centro de toda vida en sociedad, partiendo de su núcleo más pequeño: la familia.
Es en casa donde inicia nuestro aprendizaje social al
convivir con otras personas, donde aprendemos a respetar o no las diferencias
de opinión, de intereses, de necesidades e incluso, a reconocer en el “otro” a
una persona valiosa por el simple hecho de existir. Es ahí mismo, en
casa, donde tenemos las primeras oportunidades de reconocer el impacto de lo
que hacemos o dejamos de hacer y de esta manera darnos cuenta que, junto con
quienes nos rodean, somos copartícipes de la construcción de nuestro entorno.
Sin embargo, lamentablemente, la certeza de estas
primeras experiencias de conciencia social parece diluirse con el tiempo hasta
perderse en el fondo de nuestros cerebros y convertirse, en el mejor de los
casos, en un recuerdo relativista aplicable a conveniencia. De esta manera, el
reconocimiento del impacto de nuestras acciones en el entorno pasa a ser una
herramienta al servicio de nuestros intereses individuales, dejando la búsqueda
del bien común en “los otros”.
La economía de mercado generalizada, con sus formas de
vida industrializada, exacerbó el individualismo del ser humano, sin embargo
como se ha dicho antes, no podemos escapar a nuestra realidad social y
necesitamos re-conocerla para poder enfrentarla y satisfacer sus
necesidades. La demanda social es clara y su grito se ha ido haciendo cada vez
más fuerte: esos “otros” que deben de preocuparse por reducir las brechas
sociales no es nadie distinto a nosotros mismos, quienes formamos esta
sociedad.
Reconozcamos de una buena vez que esas instituciones
sociales llamadas gobierno, empresas u organizaciones de la sociedad civil, no
están formadas por extraterrestres, sino por personas como tú y como yo. Que la
responsabilidad de vivir con mayor justicia social y menor corrupción, de
generar oportunidades de desarrollo personal y económico está en cada uno de
nosotros, en cada momento, pues depende de dos factores principalmente, esto
es, recordar que nuestras acciones SI TIENEN un impacto en nuestro entorno
social y ambiental, por lo que debemos procurar que éste sea positivo en todos
sentidos. Al reconocer este impacto, transformemos nuestra actitud
individualista y fortalezcamos la vida en comunidad desde la colaboración.
Ese cambio que esperamos ver en nuestra sociedad
no es responsabilidad de nadie más que de cada uno de nosotros. Piensa, sueña
con el México que quieres ver y COMPROMÉTETE en su construcción…empieza en
casa, verás los resultados.